No era consciente, pero con solo cinco años, Jesús Cruz Pacheco –ahora tiene 32- comenzó a aprender lo que sería su profesión en la vida adulta. Fue entonces cuando nació su hermano Alberto. Al cumplir los siete meses, su madre, Antonia, se dio cuenta de que algo no iba bien. “Estaba muy quieto siempre y se caía hacia un lado. Al principio, el pediatra no daba con el diagnóstico, pero una resonancia lo aclaró: tiene parálisis cerebral”, explica.
No era consciente, pero con solo cinco años, Jesús Cruz Pacheco –ahora tiene 32- comenzó a aprender lo que sería su profesión en la vida adulta. Fue entonces cuando nació su hermano Alberto. Al cumplir los siete meses, su madre, Antonia, se dio cuenta de que algo no iba bien. “Estaba muy quieto siempre y se caía hacia un lado. Al principio, el pediatra no daba con el diagnóstico, pero una resonancia lo aclaró: tiene parálisis cerebral”, explica.
La noticia, que en un primer momento cayó como un jarro de agua fría en el seno familiar, no hizo más que dotar de gran fuerza y constancia a todos sus miembros. De esta forma, Jesús Cruz se acostumbró a cuidar a su hermano desde que era pequeño y, según recuerda, ese es el motivo de que, cuando los tentáculos de la crisis lo dejaron sin empleo, decidiese formarse en el oficio de cuidador. “Durante 11 años trabajé como electricista, pero, después, vi una nueva oportunidad en este ámbito. Hice diferentes cursos y, además, era algo que ya conocía. Ya llevo casi tres años como cuidador en una empresa”, detalla.
En este sentido, asegura que su trabajo como cuidador le reporta satisfacción personal: “Te llena personalmente, ya que dedicas tu tiempo a ayudar a los que más lo necesitan”. Su tarea no es otra, según sus propias palabras, que ser las manos y los pies de los usuarios: los levanta de la cama, los arregla, los asea, los lleva a pasear, los sienta en las sillas, les da la medicación… En definitiva, lo que requieran en cada momento. Todo esto, con la mayor delicadeza y una sonrisa siempre en la cara. “Es igual que cuando estoy con mi hermano. No porque sea en otra casa, es diferente. Trato a cada usuario como si fuera de mi propia familia”, añade. De esta forma, considera que algunas de las cualidades que debe tener un cuidador son paciencia, constancia, dedicación, maña y fuerza. Además, según afirma, es importante no ser escrupuloso.
Antes de comenzar su jornada laboral, cada mañana, acude a casa de sus padres a ayudar a preparar y a vestir a Alberto. En este punto, su madre añade que está muy orgullosa de Jesús por su dedicación y la labor que realiza con su hermano.
Por otro lado, la realidad del cuidador tiene también una cara menos amable y mucho más difícil de asimilar. Jesús Cruz explica que, en ocasiones, es complicado el trato con los usuarios. Aun así, lo más arduo, en su opinión, es separar el trabajo de la vida personal. “Son muchas horas de contacto al día y, al final, trabas amistad con el enfermo y surge la amistad. No puedes evitar pasarlo mal cuando sucede algo. La relación siempre supera la de un cuidador con su usuario”, señala.
Gran parte de la fortaleza emocional necesaria para acometer su trabajo la adquirió en el trato con su hermano. Para que Alberto estuviese lo más cómodo del mundo, su familia se mudó a un bajo para evitar los escalones del edificio. Además, adaptó todo el piso y construyó un acceso directo a la calle a través de una rampa. Tanto Jesús como su madre no pueden evitar que en su rostro se esboce una sonrisa cuando hablan de él: “No habla ni anda. Se comunica con gestos. Somos nosotros los que lo entendemos. Por otro lado, es una persona muy cariñosa y siempre está feliz. Es nuestra vida. No lo cambiaríamos por nada en este mundo”.
Después de todo lo vivido, Jesús asegura que le gustaría jubilarse como cuidador, ya que es un trabajo que le encanta. Y, en esto, su hermano Alberto tiene mucho que ver.