Decía Aristóteles que “el bienestar del alma es el resultado final de una deseable actividad o acción”. Una idea en la que, siglos más tarde, también incidiría el médico griego Galeno, al aseverar que “el empleo es la mejor medicina natural y es esencial para la felicidad humana”.
El uso de la actividad como terapia ha sido constante a lo largo de la historia. La primera referencia escrita data del año 660 a.C, aunque existe la constancia de que ya en China, allá por el año 2600 a.C y en Egipto, en 2000 a.C, se empleaba el ejercicio o la práctica de una actividad no sólo como vía de entretenimiento, sino también como medio para favorecer la salud.
Hoy día, y después de que en el siglo XVIII se consolidara como disciplina, la Terapia Ocupacional se define como “una profesión socio-sanitaria que, a través de la valoración de las capacidades y problemas físicos, psíquicos, sensoriales y sociales de un individuo pretende capacitarle para alcanzar el mayor grado de independencia posible en su vida diaria, contribuyendo a la recuperación de su enfermedad y/o facilitando la adaptación a su discapacidad” (Asociación Profesional Española de Terapeutas Ocupacionales).
En este contexto el término “ocupación” no ha de entenderse como sinónimo de empleo o trabajo. Tampoco asociarla al simple “hacer por hacer”. Es el medio para que la persona con alguna limitación tenga un papel activo, reeduque o entrene sus capacidades y, si fuera el caso, las adapte o sustituya.
Proceso
Desde hace unos años, la terapia ocupacional está adquiriendo cada vez más importancia dentro de la atención socio-sanitaria. No es de extrañar si tenemos en cuenta que ésta se centra en mejorar la calidad de vida del paciente y en favorecer su autonomía.
En principio, la terapia ocupacional es recomendable en el tratamiento de lesiones cerebrales y de médula, parálisis cerebral o enfermedades como el Parkinson. También en adultos o niños con discapacidad intelectual o mental, ancianos y, en general, en todas aquellas personas que tienen alterada alguna capacidad funcional que les impide desarrollar actividades de la vida diaria.
Los planes de tratamiento pueden incluir desde el aprendizaje de técnicas de compensación (por ejemplo, enseñar a manejar la mano izquierda a una persona a la que le hayan amputado la derecha) al manejo de ayudas técnicas sin las que el paciente no podría realizar una determinada tarea.
En la actualidad, tanto profesionales como pacientes cuentan con una amplia variedad de recursos y materiales para la rehabilitación y el desarrollo de diferentes terapias. Estos son sólo algunos ejemplos:
Material educativo: fichas para ordenar secuencias que ayudarán a entender la duración y el proceso del tiempo; juegos simbólicos; actividades con monedas y billetes para trabajar discriminación visual.
Cognitiva: juegos de adivinanza para personas que sufren pérdida de memoria o alzheimer en fase leve o moderada; actividades para asociar los conceptos de número y cantidad, para reconocer olores…
Ergonómica: Cuadro mecánico para el reentrenamiento funcional de los miembros superiores; juego de martillos para ejercicios del puño y muñeca, segueteadora bipedal…
Motriz: ensartables de forma y color para favorecer la coordinación; laberinto de canicas que, además de relajante, ayuda a la destreza; ábacos, triolos (actividad de manipulación vertical que desarrolla la imaginación)…
Juegos y esparcimiento: túnel modular, juego de anillo para mejorar la psicomotricidad, parchís y tres en raya gigantes.
Creatividad: botes de pintura antivuelco, pegatinas para colorear o lápices maxi para facilitar la sujeción.